No podemos despedir el mes sin decir adiós al genio de la animación, Richard Williams. Y para eso Raimundo Hollywood ha preferido dejarle las últimas palabras a alguien que trabajó, dibujó y se rió con él, el animador y director español Raúl García.
Tenía 19 años. Era mi primer viaje a Londres y hacía apenas seis meses que había comenzado a trabajar en animación sin tener idea de lo que me hacía. En la cabeza me rondaban títulos como ‘El retorno Pantera Rosa’ y las maravillosas animaciones del filme ‘La carga de la brigada ligera’ y aunque mi inglés era pobre tenía muy claro que detrás de aquellos dibujos había un hombre: Richard Williams. Así que ni corto ni perezoso, me dirigí a su estudio de animación en Soho Square.
Allí me recibió con los brazos abiertos un Richard joven y apasionado. Tras flanquear un pasillo lleno de trofeos me acabó enseñando dibujos de su largometraje ‘Once’, retitulado varias veces hasta llegar a ser ‘The Thief and the Cobbler’ obra maestra que no acabaría hasta 30 años más tarde. Todo fueron palabras de aliento y ánimo hacia un joven inexperto como yo que soñaba ser como él.
Quién me iba a decir que 12 años más tarde mi deseo de trabajar con Richard Williams se iba a hacer realidad. Volvía de trabajar en Corea en ‘La gran aventura de Alvin y las ardillas’ y para pasar el tiempo en el avión me compré un libro cuyo título me atrajo: “Who censored Roger Rabbit”. Me lo leí de un tirón y pensé que la historia sería perfecta para un filme animado. Cuando llegué a Los Ángeles, para tomar el vuelo a Madrid vía Londres, leí en la revista de cine “Premiere” una noticia que me hizo llorar de alegría:
“Bob Zemeckis iba a dirigir una adaptación del libro bajo el título de ‘¿Quién engañó a
Roger Rabbit?’, con Richard Williams al cargo de la animación en Londres”.
En lugar de Madrid me volví a presentar en los estudios de Richard Williams, esta vez como un animador con experiencia y suplicando ser aceptado como parte del equipo. Fui recibido con entusiasmo pero me mandaron a casa con un frío “no nos llame, nosotros le llamaremos”. Había llegado demasiado pronto. “Flash forward” nueve meses más tarde,
una llamada telefónica me despierta con la noticia mejor de mi vida: La animación de ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’ acababa de comenzar y Richard, haciendo honor a su
palabra, se acordó de aquel chiflado español que llamó a su puerta antes de tiempo.
Fue una experiencia que me cambió la vida y la forma de entender la animación. Desde el principio, asistiendo a largas proyecciones de todos los clásicos de la Warner y redescubriendo a los maestros Tex Avery, Bob Clampett y Chuck Jones – ¡quién me iba a
decir que algún día me pagarían por sentarme en una butaca a ver películas de animación!
– hasta el increíble honor de animar a todos mis personajes favoritos, Betty Boop, Mickey, Minnie o Bugs Bunny. Richard Williams era un purista. Un apasionado de la animación clásica. No era cuestión de animar al pato Lucas… era cuestión de animar al pato Lucas en el estilo con el que se animaba en los años cuarenta. Volver a los clásicos de los que tuvo el honor de aprender.
Richard también era temperamental, volcánico y exigente pero su pasión por la
animación era contagiosa. Su lema era “la vida pasa a 24 fotogramas”, un eslogan que te obligaba a animar “en unos”, trazando 24 dibujos distintos para un segundo de animación.
Empleé mas de un año en animar la secuencia final con todos los personajes de la historia de la animación saliendo por un agujero de Toon Town. El ambiente en el estudio era un hervidero de creatividad. Todos sabíamos que lo que estábamos haciendo era algo especial. Cada día al salir del estudio, solo había un deseo: Regresar cuanto antes para seguir siendo parte de la magia. Eso si no nos quedábamos a dormir en el estudio, debajo de las pesadas mesas de animación. Y cuando te creías que eras el último en abandonar el estudio, la luz del despacho de Richard Williams seguía siempre encendida. Tras la dura jornada, Richard seguía trabajando en su proyecto más personal, ‘The Thief and the Cobbler’, veinticinco años más tarde de empezarlo.
Cuando la aventura de Roger Rabbit acabó, todo el equipo pasó a formar parte de una gran familia. Cada año, cada aniversario, a los 5, 10, 15 o 20 años, en Londres, en Los Angeles, en Annecy, nos hemos ido reuniendo para celebrar la increíble aventura que fue el trabajar con Richard Williams. Tras el éxito comercial de Roger Rabbit, Williams consiguió el dinero para acabar ‘El zapatero y la princesa’ pero el filme no tuvo un final feliz. El sueño de Williams nunca pudo ser terminado ya que la película le fue arrebatada lo que supuso un trauma que tardó años en superar. Cuando, cinco años más tarde, asistí a uno de sus cursos de animación para renovar mis energías creativas, Williams se refirió a esta obra como “la película cuyo nombre no debe ser mencionado”. Pero su pasión y su amor por la animación continuó dedicándose a la adaptación de la obra griega ‘Lysistrata’, proyecto que decidió animar en solitario, papel y lápiz en ristre, sin computadoras ni más tecnología.
Richard Williams aprendió con los grandes de la animación y revivió una forma de animar que estaba moribunda. Cuando publicó su libro “The Animator’s Survival Kit”, más que un manual para enseñar animación nos dejó una biblia que condensaba sus años de experiencia como animador. Richard Williams dejó así de ser una figura admirada en los círculos de “frikis” de la animación para convertirse en el gran maestro del que generaciones de nuevos artistas han aprendido, una figura clave en el renacimiento y la
renovación del cine animado.
La última vez que hablé con él, fue el día en que asistió a la proyección de mi filme ‘La caída de la casa Usher’. Sus palabras de elogio fueron para mi la mayor validación que alguien podía darme. Por fin formaba parte del “club”. Richard solo pudo terminar el prólogo de su ‘Lysistrata’, que le valió una nueva candidatura al Oscar. En los últimos años no solo hablaba sin problemas de su aventura con ‘The Thief and the Cobber’ sino que pudo asistir a un proceso de reconstrucción y revalorización de su versión inacabada.
Williams siguió siendo hasta el final una fuente de inspiración y alguien al que acudir para renovar tu pasión por la animación en momentos de duda existencial. Una figura irrepetible que siento como parte de mi familia y cuya huella quedará en el corazón de todos los que le conocimos. Solo espero que donde quiera que esté tenga a mano un lápiz 2B.
Raúl García
Director y productor