Decía Steve Jobs que ni siquiera la gente que desea ir al cielo, quiere morir para llegar ahí. Una frase que podría resumir lo que lleva pasando desde hace años en la industria audiovisual a nivel mundial. Jobs no hablaba de cine, claro, hablaba del miedo que todos tenemos al cambio, aunque éste sea inevitable y necesario para evolucionar.
En España nunca hemos sido ajenos a ese miedo, y a pesar de la precariedad continua en la que vivimos la mayoría de los profesionales del audiovisual, siempre hemos seguido adelante con ilusión. No era valentía, sólo pura supervivencia emocional. El cine es una droga dura (vocación) difícil de abandonar.
Siempre hemos sabido que necesitamos un cambio de modelo de explotación que haga sostenible y competitiva nuestra industria, tanto a nivel de producción, como de distribución y exhibición, sin perder de vista la importancia de garantizar la diversidad cultural, y de apoyar con más intensidad el cine nacional, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Muchos llevamos tiempo hablando de ello en todo tipo de foros públicos y privados, de manera individual o apoyados por la asociación a la que pertenecemos. En los últimos 20 años se han cambiado leyes, actualizado subvenciones públicas, y tratado con varios gobiernos y ministros de cultura de diferentes “colores” y sensibilidades.
Mientras llegó internet a nuestras vidas, nos amargaron los del pirateo, nos enfadamos hasta con redes sociales como YouTube, y aparecieron las grandes plataformas americanas (y alguna patria), para enseñarnos que una película se puede ver hasta en un móvil. Se produce un cambio tan rápido en los hábitos de consumo por parte de los espectadores, sobre todo si hablamos de las nuevas generaciones nativas digitales, que todo lo que sabíamos de marketing cinematográfico queda obsoleto. Adiós al modelo tradicional de explotación de una película.
Los medios tampoco es que hayan ayudado mucho en esa necesaria defensa del producto nacional y europeo. Salvo honrosas excepciones, la mayoría de las páginas de sus diarios o revistas están dedicadas al cine de Hollywood, el que precisamente no necesita esa promoción extra para llegar al gran público. Ahora están volcados con las plataformas americanas, y llaman cine a las series, y algunos ya no entendemos nada.
Y si todo esto no fueran suficientes motivos para ponerte a estudiar una oposición, se cruza por el camino la política, que da lugar a una profunda desafección por parte del público hacia el cine español, y que ningún gobierno ni institución pública o privada ha sido capaz de arreglar del todo. El país se llena de “cuñados”, y tenemos que pasarnos todas las nochebuenas en casa explicando que los del cine no vivimos de las subvenciones.
Hacer cine ha sido y sigue siendo en España una locura, sobre todo si eres una productora independiente que apuesta por un cine más arriesgado y menos comercial a priori, el arte no tiene el apoyo continuo de televisiones y plataformas. Son los festivales de cine, el circuito cultural, y un puñado de distribuidoras independientes y valientes, las que todavía se atreven a apostar por otras historias, otras visiones, otras experiencias dentro de un cine. Y público hay del que busca estas historias, aunque cada vez cueste más convencer a un exhibidor de ello.
Entonces llegó el bicho.
La situación ya era dramática en un sector en permanente crisis, así que en realidad la pandemia solo ha acelerado una serie de cambios ya previstos por los grandes agentes del audiovisual mundial (cadenas de televisión, plataformas, majors…), y que todos sospechábamos estaban en marcha. El problema es que llevamos años mirando hacia otro lado, haciendo nuestra vida como siempre, quejándonos de puertas para adentro (mucho), pero sin hacer nada ante el aumento implacable del poder de las multinacionales dentro nuestra industria, porque decir algo podría costarte mucho, y lo saben. Dominan la producción, siendo base importante para conseguir la financiación. Dominan la distribución, siendo incluso ya la propia ventana de explotación en el caso de las plataformas. Y dominan la exhibición, porque sin ser dueños de los cines (por ahora), acaparan salas sin medida con cada estreno. Y dominan al espectador, porque es su cine el que llega al gran público a través de los medios a base de talonario. Por tanto, ahora mismo dominan la situación, porque sin sus películas la máquina de hacer dinero no funciona para nadie.
Muchos de nosotros vimos una oportunidad única en el hecho de que las majors, y alguna distribuidora nacional más fuerte, dejaran de estrenar por un tiempo sus grandes productos en los cines. Por fin otro tipo de cine podría llegar al espectador, sobre todo el nacional, y como ya está pasando en otros países (bendita Francia), con el tiempo llegar a ser el verdadero motor de la industria. Un mundo perfecto para un distribuidor o productor independiente, cuyo único objetivo no es solo ganar mucho dinero. Gente rara, gente extraordinaria.
Con lo que no contábamos nadie es que la mayoría de los exhibidores nos siguieran cerrando las puertas de sus salas. “No hay películas de estreno”, una especie de mantra en todos los comunicados de la asociación de exhibidores españoles estos últimos meses, que como mínimo, sorprende a mucha gente que se está dejando la piel para salir adelante trayendo verdaderos peliculones a las salas. Cuesta entender que muchos prefieran programar ‘Tenet’ o similares hasta el infinito, con tal de no dar cabida a otros proyectos. Ni lo intentan. Por eso resulta tan satisfactorio ver cómo otros cines, valientes, pequeños e incluso algunas salas de grandes cadenas, están consiguiendo salir adelante programando propuestas más arriesgadas. Lo que demuestra que el público tiene interés en ver otras cosas. Y es verdad, ahora mismo no son millones los espectadores los que van a ver este tipo de cine independiente, pero tampoco están yendo a ver lo demás. Entonces, ¿qué está pasando? ¿o majors o nada? Hay películas nuevas todas las semanas, en la mayoría no sale gente con leotardos ni capa, pero también emocionan, entretienen… es cine.
Ahora el miedo se ha convertido en pánico en todo el sector audiovisual ante todas estas nuevas noticias de estrenos simultáneos, o directamente en plataforma de majors como Disney y Warner (más todos los que vendrán con el tiempo). ¿De verdad nadie se lo esperaba con los cines recaudando miseria con sus películas? La pandemia sólo ha acelerado los planes de todas estas multinacionales, y como todo plan que se ejecuta bajo el miedo y con prisas, puede salirles muy mal. Con los números en la mano, y por muchos suscriptores más que consigan, lo de hacer 30 películas tipo Nolan al año, a 300 millones de dólares el presupuesto, se ha acabado. Si quieren seguir siendo rentables, y, sobre todo, seguir haciendo CINE, y no TV movies de tercera, los grandes estudios y distribuidoras siguen necesitando a las salas de cine.
Pero voy más lejos. Las plataformas necesitan los estrenos en salas. Y no lo dirán tan claramente, pero sus adquisiciones les resultan mucho más rentables cuando esas películas han pasado por cines con éxito. Necesitan de esa promoción y prensa previa de un estreno en salas para despertar el interés en sus suscriptores hacia un título. Las plataformas lo dan todo en promoción cuando hacen sus Originals, como es lógico, pero, aunque lo pueda parecer, no tienen tanto dinero para promocionar a lo grande cada título que incorporan a sus catálogos. Ese ruido previo, esas ganas en los espectadores de ver “algo de lo que todo el mundo habla”, es lo que convierte a muchos en suscriptores, o consigue que otros tantos no se den de baja. Desde luego, nadie se suscribe a una plataforma para ver sus películas navideñas.
El miedo no nos está dejando ver que las salas de cine siguen siendo imprescindibles para todo el audiovisual, que darlas por muertas continuamente en todos los medios no ayuda a que la gente vaya al cine. Pero los exhibidores también tienen que entender que su futuro a corto plazo está en ofrecer diversidad de contenidos, precisamente en exhibir lo que las plataformas no ofrecen, y en aprender a convivir con ellas sin tanto resentimiento, porque pueden ser grandes aliadas con el tiempo. Las majors volverán al redil en cuanto se den cuenta de que los necesitan para cuadrar sus cuentas. Este abandono de las salas es temporal. Cuando vuelvan estaría bien que las salas ya no dependieran de ellas para sobrevivir. Ese otro cine sin tantas estrellas de Hollywood que ahora desprecian puede ser el que les salve del abismo.
Estamos ante un momento único para conectar con nuevos públicos. Con las “señoras” metidas en casa temiendo por el bicho, y las familias descartando el cine como opción para descansar dos horas de sus herederos, tenemos una oportunidad maravillosa para volver a meter a los espectadores más jóvenes en una sala y descubrirles un nuevo mundo, de hecho, para entender su mundo, el que las películas de superhéroes y las animaciones buenistas no explican. Y para ello los medios deberían ser un aliado imprescindible, dando más espacio al cine independiente, aunque no tengamos tanto dinero para pagar esos espacios.
Los números no mienten, la media de edad de los espectadores de cine en pandemia está bajando considerablemente. Son los que menos temen seguir haciendo una vida normal, y eso incluye ir al cine. No quieren quedarse en casa. Son todo un ejemplo dentro de la llamada “nueva normalidad”, y un público dispuesto a ver y escuchar otras historias, que les aporten más que mero entretenimiento. Eso ya lo tienen en las plataformas. Es el momento de creer en ellos y darles lo que están pidiendo a gritos en las redes sociales: la experiencia de ir al cine y como dicen ellos, que “les vuelen la cabeza”.