Aunque el artículo 47 de la Constitución Española defiende el acceso universal a una vivienda digna y adecuada, e impele a los poderes públicos a impedir la especulación, lo cierto es que día sí, día también, seguimos topándonos con noticias relativas a corrupción urbanística, desalojos, burbujas inmobiliarias… Una, digamos, tradición autóctona que recoge el ciclo Vivienda indigna que está llevando a cabo 8madrid TV todos los lunes de septiembre a las 22.00 horas y que proviene del momento en el que, a mediados de los 50, y como medio para intentar darle aire a la mortecina economía autóctona, el régimen franquista decidió cambiar su política de vivienda para destruir el mercado del alquiler y alentar la compra de obra nueva… Liberalizando tanto la concesión de créditos como, sobre todo, el urbanismo.
No es, de hecho, casual, que se encadenaran de forma consecutiva el estreno de películas como ‘El inquilino’ (José Antonio Nieves Conde, 1957), ‘Historias de Madrid’ (Ramón Comas, 1958) o ‘El pisito’ (Marco Ferreri, 1958). A la censura le inquietó que las dos primeras abordaran de forma más o menos directa la especulación urbanística, con propietarios sin escrúpulos capaces de echar a sus inquilinos para construir obra nueva, pero en cambio aceptó con notable alegría el cáustico reflejo del mercado que hicieron Rafael Azcona y Ferreri. El protagonista de esta última, José Luis López Vázquez, encabezó una posterior adaptación de una obra de Carlos Arniches, ‘¡Es mi hombre!’ (Rafael Gil, 1966), que introducía un tema ausente en el original: las chapuzas y los acabados de mala calidad de los constructores con ganas de hacer dinero rápido. ¿A quién puede extrañarle que películas recientes como ‘Cinco metros cuadrados’ (Max Lemcke, 2011) o ‘Techo y comida’ (Juan Miguel del Castillo, 2015) –incluso, en clave de cine de terror, ‘Sweet Home’ (Rafa Martínez, 2015)– aborden idénticos temas más de medio siglo después?
Un problema también presente en otra cultura mediterránea, y que en los 50 todavía estaba recuperándose de las heridas sociales generadas por la dictadura de Mussolini, como la italiana. Aunque ya había tocado el tema en ‘Milagro en Milán’ (1951), Vittorio de Sica lo abordó directamente en la angustiosa ‘Umberto D.’ (1952), donde denunciaba tanto la precaria situación de los pensionistas de la época como su vulnerabilidad frente a los vaivenes inmobiliarios. Prueba de su interés en el tema es que volvió a él, aunque desde otro enfoque, en la posterior ‘El techo’ (1956). Mucho más cruda, porque se atreve a obligar al espectador a seguir a un especulador sin miedo a llevarse por delante a quien haga falta, es ‘Las manos sobre la ciudad’ (Francesco Rosi, 1963), estupendo ejemplo de thriller político italiano que analiza sin piedad el mundo de la política.
En cambio, cuando el tema era abordado desde un ángulo estadounidense, como es el caso de ‘Los Blandings ya tienen casa’ (H.C. Potter, 1948), nos encontrábamos más bien con una sátira sobre el sueño americano de vivir en una casa en el campo. Mucho cambiaron las cosas en su remake, ‘Esta casa es una ruina’ (Richard Benjamin, 1986), rodada en la apoteosis de las Reaganomics –la época de liberalismo más salvaje de la presidencia de Reagan–, lo que provocó que ficciones, en apariencia, tan amables como ‘Nuestros maravillosos aliados’ (Matthew Robbins, 1987) o ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’ (Robert Zemeckis, 1988) tuvieran a villanos, cómo no, que se dedicaban a la especulación inmobiliaria.