Si hay una cosa que Marcos Fajardo no ha hecho mientras pasaba la cuarentena necesaria para entrar en Estados Unidos y recibir el Emmy de Ingeniería de la Academia de Televisión de Hollywood es ver ‘El juego del calamar’. “De hecho, hace mucho que no veo Netflix”, dice con despego al medio. La anécdota no tendría tanta importancia de no ser porque Fajardo, 49 años, recibe este galardón televisivo por los avances en tecnología logrados por Arnold, un software de renderizado que lleva el nombre de la estrella de cine austriaca pero la sangre y el cerebro de este sevillano que desde hace muchos años tiene deje malagueño.
Un software utilizado por las principales productoras de cine, TV y streaming como HBO, Apple TV+, Amazon, Disney+ y, por supuesto, Netflix, para dar vida a sus efectos visuales digitales. ‘Westworld’, ‘Gambito de Dama’, ‘Love Death & Robots’, ‘The Mandalorian’, ‘Perdidos en el espacio’, ‘Juego de Tronos’, ‘Carnival Row’, ‘For All Mankind’, ‘Tom Clancy’s Jack Ryan’, ‘Sombra y hueso’ y ‘Territorio Lovecraft’, entre otras, son las series de TV o streaming que han utilizado Arnold y que le han llevado a conseguir este galardón, muy similar al Oscar científico que ya le entregó la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas hace cinco años o el premio tecnológico Segundo de Chomón que le dio la Academia española un año antes.
“Son premios muy similares de industrias diferentes que lo otorgan a la ciencia, tecnología e ingeniería que hay detrás de todo el arte de las películas y las series”, describe ilusionado pero tranquilo. No hubo sorpresa en su adjudicación. “En estos premios, tú te presentas y lo haces cuando te da la gana. En el fondo, cuanto más tarde mejor porque así tu programa es más potente, está más extendido”, explica mientras espera en México City su turno para poder volar a Los Ángeles en tiempo de pandemia.
En su caso han pasado casi 25 años desde que ese chaval “que como muchos otros jóvenes de entonces pensaba que la informática era una cosa chulísima que tenía mucho futuro” se metió a estudiar ciencias de la computación en la Universidad de Málaga de día y a programar sus propios juegos de noche. Así comenzó a escribir el código de Arnold. “Lo descubrí de casualidad. Empecé a investigar por mi cuenta porque entonces en informática no te enseñaban 3D cuando es todo física, matemáticas, programación e ingeniería de software. La universidad me enseñaba métodos numéricos, programación electrónica y ese tipo de cosas un poco aburridas mientras que yo me daba cuenta que estas ecuaciones, estos métodos de simulaciones servían para hacer algo bonito, divertido y fascinante que eran imágenes realistas”, rememora.
Y así nació Arnold, un juego de estudiante aburrido y cerebrito que se convertiría en software de referencia mundial para la realización de los efectos especiales digitales de las producciones más importantes de cine y, en los últimos años, desde la entrada del streaming, también de televisión. ¿Qué es lo que logró Arnold que no tenían otros programas ya afincados en el medio como Renderman a los que les comió el terreno? “Los pioneros de esta industria fueron Pixar. Ellos crearon el primer software comercial de renderizado para cine y fue un proyecto increíble. Yo aprendí mucho de ellos. Pero llegó un punto en que no utilizaban nuevas ideas y yo empecé a investigar a hacer el render más como una simulación física exacta. Empecé a simular los fotones, cómo iban rebotando por una escena en 3D y como al final llegan a tu ojo, a la cámara. Me salían imágenes mucho más bonitas, mucho más realistas y físicamente correctas que lo que hacía Pixar con Renderman. Las mías eran más bonitas y más fáciles de utilizar. Pillé a Pixar por sorpresa y empecé a quitarles el mercado”. Para 2009, Fajardo ya había fundado Solid Angle SL, empresa de I+D con sede en Madrid.
No todo fue tan bonito. Aún se nota como de pillado en falta cuando confiesa ese secreto a voces de que no acabó la carrera. “Me iba bien, pero fui a mi bola y no aprobé los exámenes”, admite recordando algo que no dejó muy contento a sus padres. Eso sí, se puso a ganar dinero, aunque no como esperaba. Lo cierto es que nunca pensó que su programa estaba destinado al cine. Ni tan siquiera es cinéfilo. Arnold vio la luz ayudando a visualizar los efectos especiales para conciertos de rock & roll.
“En conciertos de estos tochos, tipo U2, donde hay más de 500 luces que se mueven al ritmo en una producción mastodóntica de millones de dólares”, recuerda. Fue el primer cliente de pago. Y sí, en esos tiempos se sintió en ocasiones ninguneado, no tanto por ser español sino por ser el chaval que iba con su programa debajo del brazo, porque no le creían. “Pero eso pasa con todas las tecnologías disruptivas que aparecen con una idea totalmente distinta que al principio nadie cree”, añade sin darle más importancia. Fajardo fue enchufando su software a programas de 3D muy populares como 3d Studio, Maya y 3ds Max. Y el resto se puede ver en películas como ‘Doctor Strange’ o ‘Rogue One’, por citar alguna de las candidatas a efectos visuales gracias a Arnold.
“Las versiones que hay ahora mismo de Renderman son mucho más parecidas a Arnold. No quiero decir que son copia porque suena muy feo, pero en Pixar tampoco son tontos y conocen las ecuaciones. Yo no puedo patentar como funciona la luz, eso existe y ya está. Una vez que se demuestra que se puede hacer una ecuación rápida, todas las empresas del sector van en esa dirección. A día de hoy, todas han popularizado las ideas que yo comencé”.
Arnold también ha seguido su mejora. Fajardo compara su software con los coches de Fórmula 1, en evolución constante. Por ejemplo, Arnold trabaja ahora con las tarjetas gráficas de un ordenador “mucho más potentes que la CPU, lo que hace que vaya más rápido todavía”. Lo que no ha conseguido es el santo grial de la simulación en tiempo real. “Es una meta elusiva -confiesa pillado en falta- por que, aunque yo haga el software 10 veces más rápido, los estudios van a poner diez veces más complejidad en las producciones para meter más dinosaurios, más naves espaciales, más explosiones, total que al final la cantidad de datos que hay que cargar en la memoria antes de la simulación hace imposible hacerlo inmediatamente. Es cierto que hay otras tecnologías, motores de render que se utilizan en videojuegos, pero todavía no tienen la calidad que necesitan las películas de Hollywood”.
Aunque parezca mentira por el interés que pone, esas ya no son sus batallas. Hace cinco años que Fajardo vendió su compañía a Autodesk, empresa californiana dedicada al software de diseño en 2D y 3D. Una separación “agridulce”, “una decisión vital que tomas y ya está”, describe mirando hacia delante. “Estaba a tope, trabajando día y noche. No era sostenible y pensé que la decisión de vender me ayudaba a manejar mejor mi vida. Y en cierto sentido lo ha hecho y en otro, no tanto”. No especifica, pero claramente, y como demuestra este premio Emmy al que él mismo echó la solicitud, sigue bastante vinculado a este bebé del que se siente muy orgulloso y al que ha dado 20 años de vida. Ahora, dice, picotea. “Todavía estoy buscando. Quiero darme esa oportunidad de si tengo todavía algún cartucho pero nada me agarra como me agarró Arnold”, concede. Lo que más le tiró fue trabajar con Carlos Baena en su cortometraje ‘La noria’ y del que se conoce cada pixel. Ha ayudado en otras producciones, pero donde ha puesto la mirada tiene muy poco que ver con el cine o la televisión y más, quizás, con el viaje que acaba de realizar William Shatner donde ningún actor llegó antes.
“Me gustaría colaborar en radio astronomía, en astrofísica, donde también hay muchos datos, hay que hacer mucho render y hacer simulaciones físicas, pero de otra forma. Me gustaría hacer una ecuación física que comparada luego con la observación pudiera dar lugar a un descubrimiento. O ayudar a los científicos a que su software vaya más rápido para que hagan más descubrimientos. Es algo que me molaría, pero no tengo contactos y la pandemia no ayuda”, se dice así mismo. De momento la simulación más inmediata será la de cómo meter en la maleta la estatuilla del Emmy (que pondrá en su casa de Madrid junto a la placa que recibió con el Oscar técnico) y que no le pongan pegas en el avión.