La fuerza nos acompañó al premierazo de ‘La guerra de las galaxias. Episodio VII. El despertar de la fuerza’ para descubrir que en el mayor fiestón de Hollywood, la premiere que hizo historia y en la que todos querían estar… ¡no había gambas!
Aún así no criticaré (demasiado) una premiere que nos saltó las lágrimas de emoción. La nostalgia nos vende a todos y vernos en ese cerca de un kilómetro de alfombra roja techado con una tienda de campaña a lo largo del bulevar de Hollywood lleno de stormtroopers y de todos nuestros héroes, de antaño y de los de ahora, pues pone, para qué negarlo. Hasta se nos quitó un poco el frío que nos pillamos en la noche más fresquita de Hollywood en años, que los californianos somos flor de estufa y entre tanta cola para entrar (nadie menos los protas tenían la entrada de antemano), para entregar los teléfonos y las cámaras, para conseguir de nuevo teléfonos y cámaras (éramos como 3.500 los invitados) y para comer pastelitos con la cara de Han Solo pues fue una pasada.
Pero allí disfrutamos como un pollo en una mierda, con la tienda de campaña convertida en los pasillos de una de las naves espaciales de estas lejanas galaxias y con las entradas a los diferentes teatros, el Dolby donde estaban las estrellacas, el Teatro Chino donde estábamos los nostálgicos celebrando lo que allí mismo se estrenó hace casi cuatro décadas, y El Capitán, donde acomodaron al resto, como si fueran salidas a otras naves desde la nave nodriza.
No os pensamos contar nada para no destripar que no por falta de ganas pero la emoción fue intensa respirando el mismo aire ni solo que Harry o Mark sino también que Carrie Fisher ahora convertida en la abuelita Paz y pasada de vueltas pero en el fondo, un encanto que fue enseñando pierna. Pero escuchar las primeras notas de la película sentado junto a John Williams, viendo a George Lucas bromeando con su amigo Steven Spielberg butaca con butaca, riéndote con un Joseph Gordon Levitt disfrazado de Yoda o sacándote fotos con las macizas de la galaxia pues no estuvo nada mal.
No hubo gambas ni apenas comida relacionada con la película de la que nos gusta. Fue puñetero rancho. Y tampoco hubo regalito a la salida, con el personal llenándose los cubos de palomitas de muñequitos de Lego pero de los que compras en cualquier lado. A los famosos también les gustan las cosas gratis. Pero pese a estos graves errores de este premierazo, la fuerza de nuestra infancia nos acompañó a tiempos remotos y lejanas galaxias.