El amor parece ser el sentimiento que nos hace humanos y nos diferencia de las máquinas, el intangible que transforma la electricidad de nuestro cuerpo en algo mágico e inexplicable. Al menos eso vemos en el cine, donde parece ser un atributo sine qua non para que las inteligencias sintéticas puedan considerarse “vivas”. El hombre de hojalata sueña con tener corazón y Wall-E quiere una pareja que le haga compañía en un mundo gris.
Los humanoides buscan la lógica de la más sublime de las emociones y no la encuentran, porque los hemos fabricado para procesar información pero no para sentir. Entonces, con esa frialdad que caracteriza a los robots, deciden dominar a la humanidad. La vemos venir cuando ya es tarde.
El día en que mezclen Sora, IA de generación de vídeo, con ChatGPT 8, los humanos vamos a empezar a pedir películas y series hechas a medida. Satisfacción garantizada una y otra y otra vez. Tocando siempre las teclas exactas para despertar las emociones exactas, para darnos la dosis de dopamina y serotonina exactas (o un poquito de más) para que no necesitemos nada más.
La inteligencia artificial al servicio del algoritmo que aprende de nuestros hábitos de consumo y le da información a la inteligencia artificial que creará nuevos contenidos para ser medidos por el algoritmo que le dará información a la inteligencia artificial y así eternamente, un ciclo sin fin. El virus del sistema intentará colar contenidos que nos incomoden, nos obliguen a construir nuevos puntos de vista, que reactiven nuestra mirada crítica. Pero la Matrix no necesitará antivirus, porque nosotros mismos no lo soportaremos, le haremos swipe up rápidamente, para volver al contenido shampoo.
Así como yo soy parte de la generación “Undo”, mi hijo es parte de la generación “Swipe Up”. Un simple botoncito en una app, que se vuelve el estándar de todas las apps, influye en los hábitos de toda una generación. Lo que incomoda se va. Lo que no me reafirma se descarta. Somos el mejor antivirus que La Matrix puede tener.
Hoy, el principal objetivo de las plataformas de streaming es retener usuarios, evitar que se vayan. El contenido debe ser altamente efectivo. Ni bueno ni malo, ni enriquecedor, ni vacío. Efectivo. Lo pide el algoritmo.
Se estima que en 2025 el 95 % de los contenidos en redes sociales tendrán algún tipo de IA detrás. Le siguen las plataformas más “tradicionales”, que en uno o dos años empezarán a poblar sus catálogos de contenidos realizados de manera sintética, sin creadores detrás.
¿Se llega a entender el poder de retención que tendrían los contenidos generados por IA si dejamos de lado la creatividad humana? Lo pregunto siendo yo el primero que defiende la IA como una potente herramienta para la democratización de la producción audiovisual.
La industria debe empezar de manera inmediata a experimentar con nuevas voces y nuevas tecnologías. A entender de qué va todo esto, derribando convencionalismos y generando contenidos diversos, alejados de las demandas de los algoritmos. Aprender a usar las nuevas herramientas e incorporarlas. Los creadores, los contadores de cuentos, son creativos, artistas. Si les quema una historia dentro, hoy pueden usar instrumentos que hacen más fácil, rápido y económico contarla.
La IA da miedo porque es un ente desconocido aún. Es tan potente y evoluciona tan rápido que da vértigo pensarla. Creemos que puede derrocarnos del trono de la creación artística, que hoy ya está construido sobre robots. Pero si la exprimimos a fondo, también puede ser un potenciador de la creatividad humana y un habilitador de nuevos puntos de vista, si estamos dispuestos a dejar de lado a los prejuicios, hacernos las preguntas correctas y volver a escuchar a las voces divergentes de una industria que alguna vez supo ser rebelde.