El guionista, director de cine y escritor Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Cantabria, 1942) ha tomado posesión de su plaza (silla «F») en la Real Academia Española (RAE) con un discurso titulado ‘En busca de la escritura fílmica’. En nombre de la corporación, le ha dado la bienvenida José María Merino.
Gutiérrez Aragón fue elegido académico de número el 16 de abril de 2015 para ocupar la vacante dejada por el economista y escritor José Luis Sampedro, fallecido en 2013, «un sabio, un hombre de bien y un escritor tan admirado como querido», tal y como lo ha definido el propio Gutiérrez Aragón al inicio de su discurso.
El nuevo académico ha comenzado su intervención recordando los inicios de su relación con el cine, que se remontan a la infancia y la adolescencia, cuando acudía al cine de Torrelavega a ver películas que luego comentaba en las cenas con su tía abuela. Allí, en conversaciones con ella, descubrió lo que significaba encarnar un papel. Fue tras la proyección de ‘La heredera’ (1940), de William Wyler: «Manifesté mi extrañeza de que Olivia de Havilland fuera considerada fea en aquel personaje, cuando en realidad resultaba como era habitualmente, o sea, bastante guapa. Bien es verdad que el pelo estirado no la favorecía, pero de eso a parecer un adefesio… Mi tía apostilló: “Las actrices son siempre guapas, solo que hacen de feas. Lo demás lo pones tú”».
En 1962 ingresó en la legendaria Escuela de Cine de Madrid, en donde descubrió con colegas y maestros —Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem, José Luis Borau, Carlos Saura— los misterios y las dificultades del cineasta: «Que el oficio de narrar historias me venía de la literatura era tan patente que […] algunos de mis compañeros me vaticinaron que yo sería un buen guionista, pero dudaban de que yo llegara a ser director de cine».
Una profesión que plantea, entre otros retos, el de ser capaz, en medio de un rodaje, de «sobrevivir al caos».
De aquellos años de formación y balbuceos le ha quedado una certeza: «Si algo aprendí en la escuela de cine es que en la práctica cinematográfica no se desaprovecha nada».
«Estaba ante un lenguaje novedoso —ha continuado Gutiérrez Aragón—, indómito, que me llamaba sin que yo comprendiera del todo qué quería decir. Mi sorpresa es que había que organizar todo desde fuera del lenguaje. En el cine no todo está en el enunciado, sino que hay algo más entre la realidad y su expresión».
Manuel Gutiérrez Aragón comprobó, como él mismo ha contado en obras como A los actores, que en el cine, para construir la naturalidad, no valía lo que es natural: había que recolocar las sillas, las mesas y a los actores que se movían entre ellas. «Todo estaba marcado, manejado por hábiles manos. Una vez más, había que ordenar el pequeño desorden de las cosas para que todo marchara bien, para que esta vez el caos sí funcionara». Solo después de saber que se operaba sobre una realidad intervenida, «se podía hacer cine, crear algo específico. No ocurría como con la escritura, en la que unas palabras tras otras construyen la ficción. Aquí había que rehacer el mundo para poder contarlo, para convertirlo en lenguaje».
Es tanta la familiaridad que tenemos con el cine que «todos poseemos una gran «competencia lectora» de las películas, al igual que la tenemos de las obras literarias. Pero saber leer la escritura fílmica no supone que sepamos también escribirla», ha afirmado el cineasta cántabro. Antes de finalizar su discurso, el nuevo académico se ha preguntado si ya ha concluido su propia búsqueda de la escritura fílmica: «No, mientras haya que seguir reorganizando el caos y uno se presente voluntario».
José María Merino ha sido el encargado de dar la bienvenida, en nombre de la corporación, al nuevo académico. «Cualquiera que conozca su obra cinematográfica coincidirá conmigo en su personalidad diferenciada, pues es un cine que no se parece a ningún otro y sobre el que gravita de forma muy enriquecedora su vastísimo conocimiento de la ficción formulada en muchas formas diferentes, y un especial gusto por ese mundo de los mitos y los arquetipos que, sin embargo, no le hace nunca perder el sentido de la candente realidad».
A continuación, Merino ha aludido a algunas de las películas de Gutiérrez Aragón y ha resaltado aspectos que «las afectan a todas en mayor o menor medida»: la familia como compendio de un complejo mundo social y microcosmos narrativo, o el escenario siempre cuidado que busca conseguir una atmósfera especialmente enigmática. Gutiérrez Aragón, en palabras de Merino, «siempre ha desarrollado en su cine temas propios porque hay en él un excelente inventor de historias escritas». Merino ha recordado, antes de terminar, la adaptación al cine de Gutiérrez Aragón del Quijote. «Su gran mérito —ha señalado—reside en que la visión del personaje no se sostiene sobre todo en las puras peripecias novelescas narradas en el libro, sino que procura poner de manifiesto su soledad, su melancolía y hasta su sentimiento íntimo de fracaso».