El Instituto Cervantes y la Universidad Autónoma de México vuelven a unir fuerzas para crear un nuevo ciclo fílmico: “75 años de exilio. Españoles en el cine mexicano”. La idea del ciclo es recuperar el término ”transterrado”, acuñado por el filósofo español José Gaos, con el que quiso definir la condición que tuvieron que adoptar muchos españoles durante la Guerra Civil, obligados a vivir fuera de las fronteras españolas, pero en países donde la cultura local posibilitaba la idea de pertenencia.
Así se sintieron muchos cineastas, actores, técnicos y, en definitiva, todos los trabajadores y trabajadoras que pertenecían a las distintas ramas que conformaban la industria del cine español, y que, dada la persecución ideológica y política durante la guerra y la posguerra, tuvieron que exiliarse a un país que, lejos de recibirles con hostilidad, les acogió con las puertas abiertas. El Instituto Cervantes y el Centro de Estudios Mexicanos UNAM-España lo agradecen y conmemoran con un ciclo de proyecciones que inaugurará ‘La Barraca’, de Roberto Gavaldón; seguida de ‘Vértigo’, de Antonio Momplet; ‘Nazarín’, de Buñuel; ‘Tiburoneros’, de Luis Alcoriza y ‘En el balcón vacío’, de Jomi García Ascot. Todas ellas son ejemplos del cine mexicano que hicieron muchos directores españoles a partir de mediados de los años treinta.
Así, cuenta Diego Celorio, secretario académico del Centro de Estudios Mexicanos de la UNAM en España, que “México abrió las puertas muy generosamente ante un exilio de este tipo, pero por otro lado se nutrió muchísimo de esta gente”. Para tener en cuenta el contexto histórico en el que el país latinoamericano se encontraba en el momento del éxodo, Celorio señala que “México había salido de la revolución mexicana hacía apenas dos décadas, lo que dio entradas a instituciones nuevas y modernas”. En el campo del cine se tradujo en nuevos medios, espacios y financiación por parte del PRI (Partido Revolucionario Institucional), que era muy consciente de que el cine no tenía precedentes, ni competidores, como forma de ocio popular. Estaba todo por hacer, y la industria cinematográfica mexicana en pleno desarrollo, lo cual coincidió con la llegada de estos “intelectuales y trabajadores brillantes”, que sin mayor reparo se adaptaron a la idiosincrasia, tradición, técnica y gusto del cine mexicano.
Un cine que, además, contaba con la ventaja de tener a “muchísimos mexicanos que se formaron en Hollywood y que después regresaron a México a desarrollar la industria”, tal y como cuenta Marina Díaz, técnico especialista en Cine del Instituto Cervantes. A pesar de las lamentables causas que dieron lugar al exilio, la simbiosis entre los cineastas españoles y los mexicanos fue “total” y “muy natural”, afirma Díaz. “Buena parte de los actores de los años treinta españoles ya vivía en México o habían llegado al país por las giras teatrales, etcétera, como Manuel Noriega, que hizo cine mudo en España y luego será un actor secundario clave”, indica la especialista. De esta manera, “los exiliados se incorporaron en esa industria y empezaron a hacer el tipo de cine que se estaba haciendo en ese momento: un sistema industrial como Hollywood, pero que negociaba con sus modelos narrativos y estéticos pero haciéndolos suyos”, explica. Díaz pone como ejemplo de géneros y temas de estas cintas “las comedias musicales, los melodramas, y los temas que interesaban en ese momento (indigenismo, reciente urbanización de una ciudad que está empezando a crecer…)”, aunque dentro de esa tipología hubo también margen para un Buñuel con irremediables retazos de surrealismo, como muestra siempre en pequeños detalles ya en algunas de sus primeras películas comerciales como Gran ‘Casino’ o ‘El gran calavera’.
En definitiva, todos “hacían cine mexicano”, fruto de una asimilación total, de una fusión entre dos mundos. “Al se puede pensar en un estilo compartido, aunque no creo que queden señas particulares de cine español en México”, reflexiona Díaz, aunque sí advierte que tanto ‘La Barraca’ como ‘En el balcón vacío’ (ambas películas incluidas en el ciclo) desprenden aroma español por todas partes, pues la primera es una adaptación de la célebre novela de Blasco Ibáñez y la segunda es un relato sobre la búsqueda de la identidad. Esta última “la hacen dos hijos de exiliados (Jomi García Ascot como director y María Luisa Elío como guionista) que quieren hablar de la experiencia de haber vivido esa especie de desgarro de raíz siendo niños, y también de vivir su identidad como distancia, ya que no saben ya si son españoles o mexicanos”, resume Marina Díaz.
Estas películas comienzan a llegar a España en los años cuarenta, década que inaugura ‘Allá en el Rancho Grande’, de Fernando de Fuentes, la cual disfrutó de una gran acogida, como casi todas las demás. La razón, apunta Marina Díaz, es sociológica: “son películas súper frescas, positivas, energéticas… Uno se metía en el cine y lo que quería era escapar”. La censura, además, se limitó a vetar “las rumberas, las de melodrama, las de prostibulario, de arrabal…”. Lo que iban a ser unos meses al final se convirtieron en años. Finalmente, pasó la vida y estos exiliaros nunca regresaron, quedándose, eso sí, con el gusto de ser “transterrados”.