Hace ahora justo un año Denia y otras localidades de la Comunidad Valenciana se convertían en las principales localizaciones del rodaje de ‘El sustituto’, la nueva película dirigida por Óscar Aibar (‘El bosque’, ‘El Gran Vázquez’, ‘Cuéntame cómo pasó’), una producción de Tornasol, Voramar Films, Isaba Producciones Cinematográficas AIE (España) en coproducción con Entre Chien et Loup (Bélgica), en la que participan las televisiones RTVE y À Punt Media.
El filme también cuenta con la colaboración de Amazon Prime Video y el apoyo de ICAA y del IVC de la Generalitat Valenciana. Con un presupuesto de más de 2,8 millones de euros, la película recibió el importe máximo estipulado de un millón de euros en la convocatoria de ayudas generales del ICAA del año 2019. Karma Films estrena ‘El Sustituto’ el 29 de octubre y Latido Films se encarga de las ventas internacionales.
La historia de la película se sitúa 1982. Un joven policía curtido en los barrios más duros de Madrid acepta un destino en un pueblo de mar con la esperanza de curar a su hija y de paso ganar algo de tranquilidad. Una vez allí se ve envuelto en la investigación del extraño asesinato del inspector al que ha de sustituir. Las pesquisas le llevarán hasta un hotel playero donde una comunidad de ancianos nazis, reclamados por muchos países por crímenes contra la humanidad, vive un retiro paradisiaco y feliz.
El director Oscar Aibar cuenta cuál es el germen de esta historia de nazis en España, que tiene una raíz muy real:
«Era verano, hacía calor y nos habíamos bañado en el mar. Con la piel cubierta de sal y arena buscamos un sitio con sombra para comer. Elegimos un lugar al azar, creo que era en Calpe, un pequeño pueblo de la Costa Blanca. Nada más sentarme a la mesa, mis ojos se fueron a una pared de ladrillo donde colgaban algunas fotos de clientes pseudofamosos y también un par de instantáneas muy antiguas.
Una de ellas me llamó la atención enseguida. En la imagen podían distinguirse algunos oficiales alemanes de la segunda guerra mundial sentados alegremente ante una mesa. Me levanté y me acerqué para estudiarla. La foto tenía una edad inconcreta, los cortes de pelo y algunos detalles parecían anacrónicos, posteriores a los años cuarenta, pero no fue eso lo que más me chocó. Los hombres del grupo estaban sentados claramente en la misma mesa en la que nosotros íbamos a comer. Sí, era el mismo lugar pero muchos años antes.
Poco después, intentando disimular mi curiosidad desbordante, me abalancé con un montón de preguntas sobre el joven camarero que nos servía. Efectivamente, aquella foto se había tomado en el mismo lugar donde estábamos, probablemente durante los años cincuenta. El grupo, según me contó el chico, estaba formado por algunos de «los primeros alemanes en llegar», que por entonces eran buenos clientes. Y por si esto fuese poco, añadió que casualmente, algunos de sus familiares y amigos estaban en ese preciso instante comiendo en una de las mesas del fondo del local. Mi mirada voló hacía el punto señalado. Efectivamente allí estaban.
Era un grupo de octogenarios, creo recordar que tres hombres y dos mujeres. Lucían una piel morena y curtida, expuesta durante años y años al sol vacacional. El pelo de los hombres era blanco y poblado, contrastando con el corte militar de la instantánea, y vestían sandalias, bermudas y llamativas camisas con estampados alegres y tropicales. Comían paella y bebían vino blanco como el resto de los clientes.
El camarero no sabía más o no quiso contarme. No volví a aquel lugar hasta casi diez años más tarde. Las fotos y los octogenarios ya no estaban. El local había sido transformado posiblemente por un nuevo propietario. Pero aquel restaurante siguió vivo en mi memoria durante mucho tiempo, en mi cabeza y también el un cuaderno de notas para futuros proyectos que siempre viajaba conmigo en una época de mi vida anterior a un teléfono inteligente (en el que ya no apunto nada y que sin duda me ha vuelto aún más idiota). Fue entonces cuando empecé a perpetrar los primeros esbozos de un guión para una película que habría de llamarse EL SUSTITUTO«.
‘El sustituto’ es un thriller policíaco protagonizado por Ricardo Gómez, Vicky Luengo y Pere Ponce. Completan el reparto Joaquín Climent, Susi Sánchez, Pol López, Nuria Herrero, Frank Feys, Bruna Cusí o Guillermo Montesinos, entre otros.
En el apartado técnico destacan Álex de Pablo en la dirección de fotografía (Nominado al Goya por ‘El Reino’ de Rodrigo Sorogoyen), Uxua Castelló en la dirección de arte (‘Explota Explota’ de Nacho Álvarez), Teresa Font en montaje (Premio Goya por ‘Dolor y Gloria’ de Pedro Almodóvar), Eduardo Esquide en sonido (Premio Europeo a mejor sonido por ‘La noche de 12 años’), José Quetglás en Maquillaje (galardonado al Goya en numerosas ocasiones, entre ellas por el maquillaje de ‘El laberinto del fauno’ de Guillermo del Toro, filme que le valió también un Premio Ariel y un Premio BAFTA) y Rocío Pastor como diseñadora de vestuario. La música original ha sido compuesta por Manuel Roland.
Óscar Aibar tiene muy claras las referencias de este subgénero de cine de nazis escondidos tras la Segunda Guerra Mundial, que dio sus mejores frutos sin duda a finales de los años 70:
«Mi veneración por el cine de los setenta proviene del simple hecho de que ese era el cine que empecé a consumir cuando mis ojos aprendieron a volar a otros universos, tanto en la gran pantalla de la sala de programa doble de mi barrio, como en la pequeña pantalla del televisor en blanco y negro del salón de mi casa.
Spielberg dijo una vez con respecto a su Indiana Jones, que le gustaba incluir a nazis en sus historias porque son los malos perfectos, encarnan el mal absoluto. Probablemente por ese motivo las películas de los setenta que más me fascinaron fueron algunos títulos, basados siempre en éxitos editoriales internacionales, que tocaban el tema de los nazis que huían de sus indescriptibles crímenes escondiéndose en diferentes lugares del mundo. Mis títulos de referencia dentro de ese subgénero son y han sido siempre: ‘Marathon Man’ (John Schlesinger, 1976), extraordinaria cinta donde un joven e inocente Dustin Hoffman es acosado por un inquietante Lawrence Olivier, que ganó por ello el Oscar a mejor actor de reparto. Escenas inolvidables como la persecución en distrito de los joyeros de Nueva York o la tortura odontológica en el depósito de agua de Central Park son ya momentos cumbre de la historia del medio cinematográfico.
‘Los niños del Brasil’ (Franklin Schaffner, 1978), película que cuenta la historia de un viejo caza nazis que se enfrenta al más abominable de los monstruos de la segunda guerra mundial, un médico encarnado por un terrorífico Gregory Peck, inspirado en la figura de Joseph Mengele. Esta vez Lawrence Olivier encarna al bueno, por lo que se llevó el Oscar a mejor actor. Las escenas de la finca en mitad de la selva de Uruguay donde el científico loco realiza sus experimentos descabellados o el desenlace con los perros forman parte de mi subconsciente.
‘Odessa’ (Ronald Neame, 1974), es sin duda una obra menor en comparación con las anteriores pero tuvo el indiscutible honor de poner de moda el género. En ella un joven John Voight sigue la pista de un viejo asesino nazi en las calles de Hamburgo. La escena de la persecución en el metro es imprescindible para todo buen cinéfilo.
Más recientemente otros títulos han abundado en este tema con mayor o menor éxito. Entre mis preferidos destacan ‘La caja de música’ (Costa Gavras, 1986), ‘El libro negro’ (Paul Verhoeven, 2006), ‘La deuda’ (John Madden, 2010), ‘El caso Fritz Bauer’ (Lars Kraume, 2015), ‘Remember’ (Atom Egoyan, 2016).
En nuestro país no existen muchos títulos relacionados pero hay una película que me impresionó justo en los años en que me enfrentaba a mis primeros cortometrajes: ‘Tras el cristal’ (Agustí Vilallonga, 1987). Esta cinta cuenta la historia de un médico nazi que se esconde en la Costa Brava y que es víctima de una enfermedad degenerativa que le obliga a vivir inmovilizado en una cápsula de metal. En unas escenas cargadas de intensidad, el verdugo se convierte en la víctima, situación que da lugar a un interesante desenlace.
Podría parecer difícil encontrar algún denominador común en filmes de tan diferentes épocas y estilos, pero en este caso no lo es en absoluto. En todas estas películas un héroe inocente busca una justicia en la que ya casi nadie cree, enfrentándose solo ante el peligro a un mundo corrupto que se lo impide. El monstruo es siempre abominable, despiadado y carente de cualquier rasgo de humanidad. El antagonista representa, a diferencia de otros thrillers en que las tintas se mezclan creando psicologías más complejas, al MAL más absoluto y más perverso. Como en un relato de la antigüedad, el héroe de estas historias se enfrenta en solitario a un Goliath, a un Polifemo o a un Minotauro, enorme y desproporcionado», concluye Óscar Aibar.