La primera vez que tuve en mis manos un acetato de animación era el de una redondeada y colorida niña, que recordaba a la Maripi de ‘La Familia Telerín’ de José Luis Moro. Los “acetatos” (“cells”) eran hojas plásticas, transparentes, donde, hace muchos años, las entintadoras de dibujos animados, por una cara copiaban ¡con plumilla! y tinta negra los dibujos, y por el reverso los coloreaban, para así respetar la línea y que la pintura no montara sobre ésta.
Aquel acetato lo llevaba un amigo de mi hermano el mayor. El muchacho trabajaba en el departamento de cámara de los Estudios Moro y con aquel regalazo pensaba meterse en el bote a una chavala. ¡Desdichado de mí, no tengo nada que hacer! Pensé. Eso es jugar sucio. Muy sucio.
No sé si por mi fascinación ante aquel maravilloso acetato, por el recuerdo de aquella estupenda jovencita, o por ambos, durante meses, mis paseos en solitario por la calle Arturo Soria de Madrid tuvieron siempre el mismo destino: el puente de la CEA. Lo llamábamos así porque a un lado estaban unos flamantes estudios, Cinematografía Española Americana, donde se rodaron tantísimas películas. Pero, entonces, a mí me interesaba otro edificio inmediato. A un lado de la carretera de Barcelona (hoy la A2) se alzaban los Estudios Moro, próximos a la Avenida de América.
Desde esa privilegiada y cinematográfica atalaya del puente de la CEA, yo soñaba con muchachas que se iban con acetatos de otros, maldita sea. Pero habría estado muy feo chivarme y enviar un anónimo a José Luis o a Santiago Moro, diciendo que un empleado ligaba de aquella ingeniosa manera.
Durante esos años, la década de los sesenta de la España desarrollista, a pesar del turismo, los “Seiscientos” (unos coches con nombre pretencioso porque casi no cabíamos cuatro) y las ventas a plazos, todo era en blanco y negro. No sólo la programación de la TVE, sino la propia vida. Pero es verdad que con la tele soñábamos, aunque hoy es difícil de comprender. Comparativamente, el nivel de algunos programas nacionales era más alto que el actual, porque el esfuerzo era ímprobo. Apenas había recursos y tampoco experiencia, en cambio brillaba el talento.
En ese contexto, tuvimos la extraordinaria suerte de disfrutar la publicidad de José Luis Moro. Los adolescentes, aún sin marcharnos a la cama, veíamos con nuestros hermanos pequeños, boquiabiertos y sonrientes a ‘La Familia Telerín’; a Cleo con esa acertada voz gangosa ¡todo un atrevimiento! en línea con las más punteras producciones estadounidenses, o quizás anticipándose, porque los personajillos aquellos tuvieron las voces de los hijos de los músicos de la sintonía ‘Vamos a la cama…’, Antonio Areta y Máximo Baratas. Un año después, en Estados Unidos el especial navideño ‘A Charlie Brown Christmas’ se rodaba con auténticas voces infantiles.
Aún no había nacido la calabaza Ruperta de ‘Un, dos, tres…’ que convirtió en el hazmerreir a su homóloga de Hallowen. Pero, inmediatamente, la publicidad de José Luis Moro no sólo comenzó a romper moldes, sino que acaparó premios internacionales sorprendiendo a propios y extraños.
El estilo Moro era inconfundible, sus personajes redondeados se caracterizaban por una animación blanda, suave, ágil, mediante la cual, los dibujos se movía con inusual gracia. En realidad era deudor de Disney, cuya redondez se definía como “estilo O”, frente al “estilo I”, más esquemático y lineal, propio éste de las series para TV, en la línea de Hanna y Barbera. Aunque muy pronto los Estudios Moro abordaron todos los estilos y técnicas.
Son memorables spots como ‘El que sabe, sabe’, realizado para el coñac Fundador y realizado por Pablo Núñez, uno de los puntales de los Estudios, como director de animación (realizador años después de cientos de títulos de crédito para el cine español). Pablo Nuñez recurre a un estilo propio de los disidentes de la Disney a principios de los cuarenta, los miembros de la UPA (United Productions of America), quienes sentarían las bases de toda la publicidad contemporánea. Una atrevida animación conceptual, cargada de ritmo y próxima a la abstracción, de la que hará gala en sus comienzos bajo el paraguas de los Estudios Moro.
Pero hubo otros muchos spots inolvidables, como el del zapateado de las copas de vino y las botellas de Tío Pepe, hecho mediante stop motion, técnica para mover objetos. Y ¿cómo no recordar los dibujos realizados con el simpático payaso de Fanta? O acaso aquel otro para los cigarrillos Camel, mezclando animación y fotografía con una gran comicidad…
Aunque el más emblemático sea Burlesque, primer spot en la TVE donde se mostró un desnudo integral sin que la censura franquista piara. Bien es verdad que no piaron porque la cosa iba de pollos y lo que se veía era a una descocada gallina quitándose las plumas, ante unos gallos salidos de madre. El cliente: Gallina Blanca.
Del entorno de los Estudios surgió Francisco Macián, quien aunque ya traía cierta experiencia como animador, tras su aprendizaje con este gran maestro que fue José Luis Moro, dirigió el largometraje ‘El Mago de los Sueños’ con ‘La Familia Telerín’ como protagonistas. Y el propio Cruz Delgado, director de varios largometrajes de animación y realizador de la serie ‘Don Quijote’ (la primera serie de TVE que recorrió el mundo, pues, incluso, llegó a verse en la URSS y en China comunista). No fueron los únicos de ese semillero de creadores entre los que cabe recordar al dibujante José Ramón Sánchez o incluso a profesionales de otras áreas. Me viene a la mente Guillermo Maldonado, montador…
La trayectoria de José Luis Moro también le llevó a realizar series de animación para la mexicana Televisa, dando vida en el papel al popular ‘Cantinflas’; ‘Cri-Cri’, para la misma cadena o el largometraje ‘Katy’.
Véase todo esto como un repaso, muy superficial, a un creador de notable genio artístico, estilo muy personal y enorme capacidad para influir en nuevos valores, que crecieron a su lado. Modelo para creativos publicitarios, que marcó una época y dejó en la pequeña pantalla, especialmente, muchas,muchas lecciones magistrales, aún por aprender.