Recuerdo aquel accidente como si fuera ayer. Un coche volcado, humo y cristales por todas partes. El silencio abrumador de miradas incapaces de actuar. Esa escena se quedó grabada en mi mente, y años después se transformó en ‘La Compañía’. Este cortometraje no es solo una obra más; es mi intento de plasmar algo visceral, de conectar profundamente con quienes lo ven. Nunca imaginé que esta historia llegaría tan lejos, conquistando festivales y emocionando a audiencias de todo el mundo.
En apenas siete meses, ‘La Compañía’ ha conseguido algo increíble: más de 120 selecciones en festivales y 30 premios nacionales e internacionales, entre ellos el prestigioso Festival Internacional de Moscú. Verla en la carrera por los Goya a Mejor Cortometraje de Ficción o en la primera ronda de los Oscar es algo que todavía intentamos asimilar. Todo esto demuestra que, incluso en los proyectos más arriesgados, la pasión y el esfuerzo pueden convertir una idea con alma en algo universal.
Pero para nosotros no se trata solo de premios. Con ‘La Compañía’ quisimos crear una experiencia cinematográfica única. En un plano secuencia de 12 minutos, llevamos al espectador al epicentro de un accidente de tráfico, una montaña rusa de emociones donde fuego, humo y caos se combinan con una narrativa que golpea directamente al corazón. Todo ocurre en tiempo real, como una coreografía meticulosamente ensayada que exigió lo mejor de cada uno de los 150 profesionales del equipo, de los cuales estoy profundamente orgulloso.
Un desafío monumental
Desde el principio, supe que este proyecto sería una locura. Cuando propuse la idea del plano secuencia, recuerdo la mirada incrédula de Laurent, nuestro director de fotografía. Teníamos que realizar transiciones imposibles entre steadicam, grúa, cámara en mano y dron, todo en un solo movimiento. Además, agregamos la dificultad de trabajar con fuego, humo, decenas de extras y música en directo. Sonaba casi suicida sobre el papel… y, aun así, lo hicimos.
El rodaje fue muy duro. En el centro de Cáceres, cerramos una avenida de cuatro carriles para recrear un accidente. Con ventanas de luz de apenas 45 minutos al día, el equipo mostró una precisión milimétrica y una pasión que aún me conmueve. Tres jornadas de rodaje bastaron para hacer realidad lo que originalmente estaba planeado para seis, pero que no obtuvimos por tema de permisos. Cada departamento –arte, vestuario, efectos visuales– dio lo mejor de sí, y creo que eso se siente en cada fotograma.
Las emociones en el núcleo
Para mí, la técnica siempre está al servicio de la emoción. Contar con Alberto Amarilla y Elisabeth Larena fue un regalo. Su conexión, su entrega total y la honestidad con la que interpretaron a sus personajes son el verdadero corazón de esta obra. Esas actuaciones logran que ‘La Compañía’ trascienda la pantalla y toque algo profundo en quienes la ven.
En el fondo, este cortometraje es un espejo de nuestra fragilidad, un retrato de nuestra humanidad. Es un canto visual al último adiós. Y lo que más me emociona es ver cómo, sin importar dónde se proyecte –en Moscú, Nueva York o Madrid–, las lágrimas y las reflexiones son las mismas. Eso demuestra que las emociones no entienden de fronteras.
Un legado en construcción
Llegar a los Goya sería mucho más que un reconocimiento personal. Sería un homenaje al esfuerzo de un equipo de casi 200 personas que se arriesgaron por esta visión. Además, abriría la puerta para que esta historia se viera en el escenario más grande del cine mundial: los Oscar. Pero lo más importante es que reafirmaría algo que siempre he creído: cuando el cine se hace desde el corazón, tiene el poder de cruzar cualquier frontera.
‘La Compañía’ no es solo un cortometraje. Es una experiencia que queda con el espectador mucho después de que los créditos hayan terminado. Mi deseo es que quienes la vean sientan lo mismo que yo sentí al crearla: que el cine puede emocionar, conectar y transformar. Si aún no la has visto, prepárate porque, una vez que entres en ‘La Compañía’, se quedará contigo mucho tiempo.