‘La fiesta del cine español o el sordo que no quiere oír’

Emilio C. García Fernández, Catedrático de Historia del Cine Universidad Complutense

Llevamos dos meses escuchando que 2014 ha sido el mejor año del cine español de toda su historia y, por ende, del mercado cinematográfico en España. Ante la entrega de los Goya, se prodigan los debates, entrevistas y análisis desde todos los ámbitos con el fin de remarcar ‘el buen año’ del cine español. Y todo ello con datos que dicen que se recaudó 14 millones de euros más que el año anterior. Y que los espectadores que han asistido a las salas de cine superaron los 87 millones (en 2013, fueron casi 79 millones). Bien, y nos podemos preguntar: ¿qué significa esto?

Ocho apellidos vascosSi analizamos los datos objetivos que ofrece el mercado cinematográfico nos encontramos que ‘Ocho apellidos vascos’ ha conseguido que 10 millones de ciudadanos españoles fueran a verla a una sala y pasaran por taquilla. Este es el primer resultado de tanto éxito. Nadie puede negar que la película de Emilio Martínez-Lázaro y el tándem de guionistas (Borja Cobeaga y Diego San José) ha conseguido conectar con el público a través de una serie de tópicos y con una clave de humor que recupera la buena tradición de comedia española. Un éxito, sí, excelente y llamativo, bueno para los productores de la película y, sobre todo, para fomentar la asistencia a la sala.

Pero lo más importante del fenómeno, algo excepcional sin duda, es que lo que ha sucedido es que un espectador habló bien de la película a otro y éste a un tercero, siendo el boca-oído el que ha vuelto a recuperarse para bien del cine. Hacía ya mucho tiempo que el público español no hablaba de cine.

Pero si no pensamos en la excepción; es decir, no contamos con ‘Ocho apellidos vascos’, ¿qué ha pasado en 2014 en la industria cinematográfica española? Pues que está donde siempre ha estado. Con ‘El niño’, de Daniel Monzón, que fue vista por casi tres millones de espectadores; ‘Torrente 5: Operación Eurovegas’, de Santiago Segura, con casi dos millones de espectadores; la coproducción ‘Exodus: Dioses y Reyes’, de Ridley Scott, con 1,2 millones; y ‘La isla mínima’, de Alberto Rodríguez, con poco más de un millón. Por lo tanto, es la tónica dominante en la historia democrática del cine español.

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Porque excepciones las ha habido en los últimos treinta años. Sin ir muy lejos, podemos decir que en 2003 y 2012 cinco películas fueron vistas por 10 millones de espectadores y en 2006 y 2009 otros 9 millones de espectadores respaldaron con su presencia otras cinco películas. Es decir, una constante intermitente en la que se mueve el cine producido en España. Lo que llama la atención, sin duda, es que una sola película consiga ese respaldo popular.

El Niño_PósterPero lo que hay que decir, sobre lo que hay que trabajar, reflexionar y hacer autocrítica, es sobre lo que está pasando en la industria cinematográfica española. Una cosa es el estar encantados de conocernos y otra, muy distinta, que hay problemas de fondo que no se quieren abordar por los protagonistas de la historia. Y vamos a centrar nuestra atención, en algunas cuestiones.

 

Primero, hay que hablar de la producción. En España el sector debe pensar sobre si está haciendo bien las cosas o no. Soy consciente que para algunos profesionales no existe ningún problema, especialmente para quienes controlan el negocio. Unos pocos saben cómo manejar los hilos principales en el sector y una inmensa mayoría se encuentran desplazados, ignorados y olvidados. Para los primeros, según se extienden en sus manifestaciones, todo va bien; para los segundos, los problemas se multiplican si quieren sacar adelante un proyecto, además de sentirse despreciados por el ‘lobby’.

Hay que analizar fríamente si se está produciendo más de lo que el mercado español puede absorber. En 2014, según datos del ICAA, se han producido 214 largometrajes (119 de ficción, incluidos 8 de animación, y 95 documentales). De las películas de ficción se han estrenado 64 (30 de ellas no superaron los 5.000 espectadores; muchas con menos de 300) y 55 no se han estrenado todavía. Y de los documentales, 49 encontraron una pantalla donde proyectarse (30 de los cuales no superaron los 3.000 espectadores) y 46 no se han estrenado. Con esta información uno sabe que hay películas que no son mayoritarias, pero todo director quiere, dentro de sus limitaciones, llegar al máximo público posible. No se puede comprender que esto no sea así.

Hay películas grandes, medianas y pequeñas, pero ante los resultados, si un productor tuviera que empeñarse en su financiación completa, estoy bien seguro que se pensaría dos veces lanzarse con un proyecto. El cine es una industria y, como tal, debe hacer frente a la producción sin pensar que la financiación pública (que en 2014 sí se ha reducido) le permitirá solucionar sus problemas. Es más, que en el sector encontremos 226 empresas que producen una sola película, 37 que se mueven entre dos y cuatro y que sólo 4 empresas sean las que están detrás de cinco o más proyectos (con datos de 2013), dice mucho de quién está detrás de esas películas grandes, medianas y pequeñas.

torrente 5No es positivo de cara al espectador, sobre todo cuando la industria es dependiente y se sostiene en gran medida con la financiación pública, que se diga públicamente que se hace cine para no ser visto y, sobre todo, que se insista en que eso es positivo. No se entiende que alguien pueda financiar una película o realizarla, partiendo de la base de que no se va a ver o su visionado será muy restringido. Ni tiene sentido, ni se justifica, diga lo que se diga. Porque eso de que cada película tiene su público, puede ser una verdad relativa, dado que cualquiera puede pensar lo contrario al comprobar como de las películas estrenadas, una gran mayoría no superan los 5.000 espectadores y muchas de éstas se mueven en menos de 300 espectadores. Decir que hay películas con aspiración comercial y otras que no aspiran a tanto, significa que se trabaja a distintos niveles, con diferentes objetivos y financiación específica, pero no se debe plantear industrialmente una producción que no va a alcanzar los mínimos de rentabilidad porque, si esto sucede, supone que la inversión realizada generará un agujero en la financiación que deriva, sin duda, en un fondo perdido que debe ser discutido, analizado y justificado. Pues hacer cine, cuesta dinero, y no se puede llamar cine a lo que se hace para ser visto por veinte personas.

Y, una última cuestión. El sector de producción ha pasado de estar en manos de profesionales de referencia ha ser controlado por las empresas de televisión que son las que finalmente, y más allá de la imposición legal, han decidido imponer una normas en las que han caído las empresas cinematográficas. Producen cine, diseñan buenas campañas publicitarias a través de sus canales y, posteriormente, lo explotan en sus propios ámbitos. Tanto Atresmedia Cine como Telecinco Cinema saben en qué invierten y qué pueden esperar de sus aportaciones (no nos olvidemos de la inversión anual que hace TVE y las primeras incursiones de Movistar Cine). Nada que objetar, inicialmente, aunque cabe preguntarse en dónde están los productores profesionales de toda la vida. Y, además, que de nuevo la industria cinematográfica española, como hace años, cae en manos del sector de televisión y pierde la independencia que debería tener.

EXODUS-CARTELDe la distribución decir que está en manos de las multinacionales. La disponibilidad de salas, el número de copias de salida y la campaña publicitaria correspondiente está en sus manos para la mayoría de las producciones. Las pequeñas distribuidoras tiene problemas para elaborar sus listas y, sobre todo, para canalizar sus películas hacia las salas. La publicidad en medios de las películas atiende a todos los frentes abiertos: medios convencionales y soportes online y móviles. Sin duda están haciendo un esfuerzo por dar a conocer las películas (sus películas), aunque todavía quedan muchos títulos sin oportunidades en este sentido. Resulta difícil, hasta para las distribuidoras  españolas pequeñas, diseñar campañas específicas para un supuesto público objetivo, porque el esfuerzo realizado en publicidad hay que rentabilizarlo con una difusión masiva.

Cabe plantearse para el mercado español si la distribución tiene que mantener activados los mecanismos que existen actualmente de respetar el estreno de una película en las ventanas convencionales. La diversificación de públicos obliga a tener presente que muchas películas pueden y deben ser estrenadas simultáneamente en sala comercial y en el ámbito doméstico. Una fórmula no está reñida con la otra, sobre todo cuando se conocen iniciativas y mercados que ya la han implantado con éxito. Quizás este sea un debate más amplio, porque enfrenta al sector de exhibidores. Pero, por donde van las cosas, la distribución muy pronto no tendrá soporte físico (ya se han aminorado los costes con la exhibición digital) y el visionado en sala o en domicilio puede consolidarse y ampliar el mercado en gran medida.

El sector de exhibición sigue muy concentrado y controlado por grandes circuitos que están muy vinculados a la distribución. Tengo que decir que no logro entender como se proclama, por los resultados de negocio habidos en 2014, que el mercado vive un gran momento. Nadie habla de las numerosas salas que se han cerrado en España. Hoy encontramos muchas ciudades sin cines y otras muchas empresas que están a punto de echar el cierre. Desde hace veinte años vengo señalando que la construcción de multiplex y megaplex fuera de las ciudades, en los recintos empresariales, ha contribuido a la pérdida de interés de los ciudadanos por el cine en sala, lo que les llevó a consumirlo en casa y a utilizar otro tipo de plataformas (ilegales la mayoría) para ver una película. Más allá de los intereses inmobiliarios y el cierre de empresas familiares, es un hecho constatable que los españoles ya no están interesados en desplazarse a dichos lugares, en otro tiempo curiosos y atractivos para pasar una tarde de fin de semana. El daño está hecho, y difícilmente se podrá dar marcha atrás.

La isla minima cartelOtro tema de los que habla mucho el ciudadano español es el referido a las ayudas y subvenciones. Me atrevo a decir que el sector del cine recibe tantas o menos ayudas del Estado como otros sectores (naval, pesquero, agroalimentario, renovables, automovilístico, etc.), lo que pasa es que la actitud de los profesionales (política, ideológica, buscando enemigos fuera, quejándose de la falta de ayudas) ha derivado en que el prejuicio hacia el cine español se hiciera más manifiesto con los años. El cine español tendrá que se apoyado institucionalmente en la medida que el sector lo precise. Esto no es algo automático, porque así lo hayan dicho los Gobiernos. Hay que hacer un estudio a fondo para saber en qué medida hay que ayudar a esta industria (aunque muchos ciudadanos se quejan de que se ayuda demasiado a todos los sectores). Se esgrime que por cada euro que se invierte retornan al Estado cuatro (y a mi me surge la pregunta inevitable: ¿de todas las películas?). Posiblemente, pero eso no significa que haya que dar ayudas indiscriminadas (proyecto, amortización, festivales, etc.). España ha perdido la oportunidad de financiar su cine por uno de los caminos más apropiados (impuesto en la entrada, como en Francia) y ha generado un clientelismo y dependencia pública que para nada ha sido positivo para el cine español.

Sobre el IVA cultural se ha escrito y hablado mucho. En este sentido quiero señalar, una vez más, que el cine es una industria que aporta, en algunos casos, contenidos culturales; pero básicamente es entretenimiento, espectáculo y, como tal, hay que entenderlo. Pero eso no debe estar reñido con un IVA que yo situaría en el 7% y que, obligatoriamente, debe repercutir en la entrada de cine. Los exhibidores, distribuidores y productores se han quejado del incremento del IVA (hoy al 20%) pero este hecho no afectó para nada a ‘Ocho apellidos vascos’. Lo que no se puede admitir es que se baje el IVA y los tres sectores de la industria decidan mantener sus márgenes y no repercutir ese concepto en el espectador (en la entrada). Si lo que buscan es eso, que siga como está, porque si no se beneficia al mercado en su conjunto no tiene sentido bajarlo.

Sobre la piratería, y como ya he dicho en otra ocasión, si una película no se estrena, ni se conoce, difícilmente podrá interesar a alguien piratearla. Eso es lo que pasa con el cine español, que, si lo aislamos de los porcentajes que se dan del conjunto de las industrias, no es el más afectado por la situación, pues una cosa es hablar de un 43% de piratería audiovisual y otra la que afecta al cine propio. Ahora con la ley en marcha, tienen que aplicarse los mecanismos correspondientes. Sería muy apropiado hacer pedagogía en los lugares adecuados, perseguir no sólo las Webs que se dedican a vulnerar la propiedad intelectual y, en última instancia, al usuario y consumidor de dichos contenidos. Si se quiere, claro que se puede. Otra cuestión es la valentía política que hay que tener para aplicar hasta el final la ley. Los españoles debemos saber que hay que pagar por consumir productos, el problema está más allá, en la actitud personal y social que se adopta ante este hecho.

En cualquier caso, y como eje vertebral, hay que decir que el público sabe lo que le gusta y, siempre que se haya difundido adecuadamente una película, sabrá que puede ir a la sala a verla. Sorprende que ahora se hable de público cuando, históricamente, la industria cinematográfica española nunca lo ha tenido presente a la hora de ofertarle nuevos proyectos, para el que nunca ha tenido palabras motivadoras, al que se ha enfrentado continuamente. Llama la atención, pues, que en 2014 se diga que el cine español ha conectado con el público, cuando es el mismo que ha visto con anterioridad, y en la misma proporción, algunas de las películas que se estrenaban anualmente. Ahora nadie dice nada sobre los insultos continuados a los que se ha sometido al público –ignorante, que no sabe apreciar lo que se hace, etc.-. El ciudadano español está muy cansado de tantas ofensas.

Y en cuanto a lo que dicen algunos profesionales sobre que hay que educar a los ciudadanos para que se acerquen al cine, habrá que decirles que el público lo que quiere, realmente, son historias interesantes, que le llaman la atención, que tengan calidad y les resulten entretenidas (y para otros muchos, especialmente emotivas y artísticas). Los llamados nativos digitales ya están en contacto con contenidos audiovisuales desde que nacen y saben qué es lo que les atrae de una historia o lo que le echa para atrás. La cultura audiovisual va creciendo en la persona que, en definitiva, es la que dirá en su momento si lo que le muestran es de su interés o no.

Otra cuestión de fondo es, ¿cuándo, cómo y dónde se habla de un proyecto en desarrollo? ¿Sabe realmente el ciudadano español que se está produciendo tal o cual película? Si la memoria no me falla, cualquier español interesado sabe que son cuatro nombres, como mucho, los que salen con frecuencia en los medios hablando sobre el proyecto que tienen entre manos. ¿Y qué pasa con los demás? Pues que ante la falta de riesgo, no promocionan adecuadamente su película, porque los medios aportados a la misma se han consumido en la finalización del proyecto. A partir de aquí, si la crítica, los medios de comunicación sólo se dedican a las grandes producciones, las demás no tienen la posibilidad de existir. Y, por último, también hay que reconocer que muchas de las películas realizadas tienen un problema de planteamiento que, difícilmente, llegan al público, por lo que debemos preguntarnos si realmente debió producirse. Y esto no significa que un ciudadano deba buscar qué película ver. La industria es la que tiene que vender la película, darla a conocer y hacerle fácil el acceso de dicha historia al ciudadano, por cualquiera de los caminos o ventanas de comercialización existentes.

Es decir, que al cine español le falta una promoción adecuada; mejor, le falta promoción en el 80% de los casos. Tiene que saber apropiarse de los canales convencionales y los nuevos soportes para llegar al ciudadano. Debe conectar con él a través de las ventanas de consumo que frecuenta. De no hacerlo, será difícil que consiga un objetivo mínimo.

Y esta promoción parte de la difusión adecuada a través de páginas institucionales y profesionales, que en este momento están demostrando una gran despreocupación por divulgar la existencia de películas españolas (con entrar en ellas nos damos cuenta de que no se implican en vender bien sus productos). Además, si hablamos de la Webs legales, las plataformas que existen para poder ver películas de pago, tienen que mejorar mucho. Primero darse a conocer, difundir su actividad, sus contenidos y actualizaciones, pues son muchos españoles los que desconocen su existencia. También unificar criterios comerciales, porque lo que no es normal es que un ciudadano descubra que la misma película que ofrece a distinto precio en cada una de esas plataformas.

Para finalizar, hay que decir claramente que el cine español puede tener una, dos o tres películas que reclaman la atención del público anualmente (quizás siete o diez), y que los sectores industriales tienen que afrontar la situación, revisar a fondo su actividad, hacer autocrítica y plantear soluciones que supongan una garantía de existencia (y no subsistencia) en su trabajo. La crítica es necesaria, el estudio y reflexión también. No comprendo como al final de cada ejercicio no se hace un estudio interno de cómo ha ido el año y en que se ha acertado o fallado; al final, es mejor no tocar nada. No se puede aceptar que cuando un año es flojo todo sean lamentaciones y que cuando otro es llamativo o sorprendente sea el mejor año de la historia.

No querer ver la verdad y sentirse mejor creyendo sus propias mentiras es lo que resumen el refrán español que dice: “No hay peor sordo que el que no quiere oír”.

 

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