‘Los cayucos de Kayar’ cuenta la historia de Thimbo Samb, un senegalés que hace más de tres lustros llegó a España en una patera, persiguiendo su sueño de ser actor. Lo cumplió, aunque pagó un elevado precio.
Este cortometraje documental, producido por Orbe Cinema, De La Reina y AMMA Productions, distribuido por Selected Films Distribution y disponible en Filmin y Veomac, se estrenó en el Festival de Cine de Lanzarote en mayo y, desde entonces, ha acumulado selecciones en numerosos festivales nacionales e internacionales y cosechado distintos premios. Entre ellos, el Premio al Mejor Cortometraje Documental en el Festival de Cine de Madrid, en el Festival de Cine Español Marseille-Cinehorizontes y en el Festival Octubre en Corto, así como el Premio del Público en FESCIGU. Además, ha estado nominado a los Premios Fugaz y es candidato a la 39ª edición de los Premios Goya.
Su artífice, junto con el propio Samb, es el director de cine y escritor Álvaro Hernández Blanco. Ambos se conocieron cuando este último buscaba actores del perfil de Samb para un cortometraje de ficción. Aquel proyecto no vio la luz, pero el senegalés encontró en Hernández Blanco, que acababa de publicar un libro sobre la migración en la frontera entre Estados Unidos y México, a la persona idónea para contar su historia; una historia que fascinó al cineasta.
Avanzado ya el proyecto, el escritor y director sintió la necesidad de viajar a Senegal para empaparse de su cultura y su ambiente. Con gran experiencia en YouTube y acostumbrado a grabar con pocos medios, decidió llevar sus cámaras. Poco a poco, la idea fue aterrizando en un documental. “No sabíamos exactamente qué iba a resultar de aquello, pero sí sabíamos que teníamos temas muy potentes que tratar”, explica. Así, se desplazaron a Kayar, el pueblo de pescadores donde nació y creció Samb, un lugar donde los cayucos proporcionan a sus vecinos sustento del mar, pero también los tientan a irse lejos de sus casas.
Como cuenta el propio Samb, «Kayar siempre ha vivido del mar, pero ahora el mar está muriendo». El Gobierno de Senegal lo vendió a los pesqueros industriales y no da de sí para todos. Eso hace que muchos jóvenes decidan arriesgar su vida, subiéndose a una patera, en busca de un futuro mejor, como el que se ha labrado Samb, que es para muchos de ellos un referente. Esto es algo con lo que el senegalés se ha acostumbrado a vivir, pero que, en cierto modo, le pesa: «Soy la persona que soy gracias a que cogí una patera, pero si me hubiera quedado, a lo mejor no habría muerto gente pensando que podían conseguir lo que yo he conseguido». Y es que, por mucho que Samb les explique las penurias por las que tuvo que pasar para lograr su sueño, los jóvenes africanos no cejan en su empeño de seguir sus pasos. Muchos tienen esta idea desde niños porque la televisión pública se encarga de enseñarles sólo lo mejor de Europa. Y, así, una infancia feliz acaba con un viaje en patera. Una infancia que, por cierto, Samb no cambia por nada del mundo porque «en Senegal los niños saben ser niños.»
El documental ahonda en temas como el desarraigo y la pérdida de la identidad porque Samb es negro, pero su familia y sus amigos de Kayar le dicen que actúa como un blanco. También explora la añoranza, lo que supone dejar tu país atrás y empezar de cero en otro, lo que esa experiencia te cambia porque “para los que eran tus amigos de toda la vida, tú eres ese amigo, pero para ti ya eres otro”, y lo que encuentras al regresar porque todos los que han emigrado, como las palomas mensajeras, terminan volviendo al lugar que los vio nacer. O, al menos, lo intentan. Como explica Hernández Blanco, “quien emigra siempre tiene en su cabeza el billete de vuelta”. Samb también. Le gustaría volver algún día a Senegal, eso sí, sin renunciar a España, que también siente su país. De momento, ya ha conseguido encapsular en este documental un pedacito de la vida en su pueblo y que su familia y amigos sean inmortales.
Más allá del aprendizaje puramente cinematográfico, Hernández Blanco se lleva la constatación de que «cuando tratas de tú a tú a los migrantes y no los ves como titulares o como un pretexto para una postura política predefinida, no sólo descubres que puedes entender perfectamente por qué hacen lo que hacen, sino que te causan admiración incluso.»
Director y protagonista se lanzaron a esta aventura sin más presupuesto que el coste del billete a Senegal. Fue ya en postproducción cuando llegó inversión privada de productores para la música -de Arturo Cardelús, compositor de la banda sonora de la película de animación Dragonkeeper, entre otras-, el etalonaje y el acabado final. “Con muy poco hemos llegado muy lejos y estamos removiendo muchos corazones con esta historia. Para eso vamos al cine, para que nos conmuevan y podamos descubrir un mundo nuevo”, explica, satisfecho, el director, que desea que, a partir de ahora, más gente confíe en él para contar en este formato historias tan poderosas como la de Thimbo Samb.