Los cineastas Fernando Birri y Basilio Martín Patino serán los protagonistas de sendas retrospectivas en el 21º Festival de Málaga, que se celebra del 13 al 22 de abril. Estos ciclos irán acompañados por la publicación del libro Birri/Patino. Estrategias frente a lo real, editado por la editorial malagueña Pálido Fuego y escrito por Pablo Piedras y Carlos F. Heredero.
Las películas de Fernando Birri programadas serán: ‘Tire dié’ (1958); ‘Los inundados’ (1962) y ‘Un señor muy viejo con unas alas enormes’ (1988). De Basilio Martín Patino se podrán ver: ‘Nueve cartas a Berta’ (1966); ‘Canciones para después de una guerra’ (1971); ‘Madrid’ (1987); ‘Ojos verdes’ (1996) y ‘Libre te quiero’ (2012).
Santafecino y latinoamericano, cineasta y titiritero, inspirador de escuelas y utópico andante, el legado de Fernando Birri trasciende el cuerpo de su obra fílmica: una veintena de trabajos realizados a lo largo de más de cincuenta años. De todas las circunstancias que lo encontraron en momentos fundacionales, seguramente la creación del Instituto de Cinematografía en el marco de la Universidad Nacional del Litoral (1956) –más tarde conocido como Escuela Documental de Santa Fe– es el acontecimiento que los críticos e historiadores del cine suelen destacar para construir su semblanza. El proyecto educativo establecido en el litoral argentino es una pieza clave e imprescindible para caracterizar los inicios de aquel movimiento de índole continental denominado Nuevo Cine Latinoamericano.
Las primeras obras de Birridan cuenta de los diálogos entre diversas tradiciones del documental y de la ficción orientadas a retratar a las clases populares. ‘Tire dié’ (1958) es el film-manifiesto, de creación colectiva, germen de una mirada social y sociológica de la realidad que radicalizará sus vetas político-militantes hacia fines de los años sesenta con ‘La hora de los hornos’ (Grupo Cine Liberación, 1968). ‘Los inundados’ (1962) es la película que tensiona el impulso documental con la herencia de la picaresca criolla, el sainete y la literatura regional.
La filmografía de Birri da cuenta de las búsquedas y contradicciones de un artista inquieto, que intentó entablar un diálogo con las neovanguardias, el cine experimental y la psicodelia en una película maldita como ‘ORG’ (1967-1978) y exploró las arenas movedizas del realismo mágico en ‘Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988), transposición del cuento de su amigo y cofundador de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Gabriel García Márquez. Su último filme, ‘El Fausto criollo’ (2011), cierra el círculo de su derrotero internacional con el retorno a Santa Fe, su tierra natal, en un relato que reelabora los orígenes de la literatura nacional y de su propia trayectoria artística.
Decía Basilio Marín Patino que el cine había sido para él “un oficio afortunado”, que nunca había renunciado al “trabajo como pasión” y que éste le había resultado muy gratificante por lo que tiene de “juego creativo”, de instrumento que le confería “el poder de imaginar y objetivar lo real”. No se podría describir mejor lo que el arte de las imágenes en movimiento significó siempre para el director que inició su trayectoria con ‘Nueve cartas a Berta’ en 1965 y que la cerraba en 2012 con ‘Libre te quiero’. Cuarenta y siete años separan ambas películas. Casi medio siglo en cuyo transcurso la filmografía de Patino recorre un itinerario sembrado de sucesivas indagaciones en la memoria individual y colectiva de España.
Inconformista y heterodoxo desde sus comienzos como activista de cine-club hasta sus últimos días, Patino contribuyó de manera decisiva a poner en pie aquel cónclave fundamental de la disidencia crítica frente al cine oficial del franquismo. Y también a impulsar, con un vibrante chute de energía modernista, al entonces incipiente Nuevo Cine Español. Y lo que vino luego fue un permanente combate de la voluntad y de la inteligencia contra toda forma de conformismo y contra todas las mentiras del cine en busca de nuevas formas –estéticas y narrativas– que permitieran a sus espectadores acceder a parcelas de conocimiento y de reflexión.
Para Patino, más que para ningún otro cineasta de su generación, las imágenes fueron siempre un vehículo de conocimiento, una herramienta para abrir grietas en nuestras convicciones. Su obra entera es un hermoso palimpsesto de voces, ecos y retornos, articulado sobre sucesivas capas y planos en un trabajo de investigación y de búsqueda personal. Un sendero de innovación y libertad irredenta, una luz que alumbra en medio de tanta oscuridad y que ofrece una referencia ineludible para el cine de este país.