Muchos oyen la palabra Oscar y piensan en triunfo. Otros, los más, piensan en moda, en fiestas, en alfombra roja. Y los más fachas temen una letanía de artistas pronunciando discursos interminables contra el endiablado Trump y su legado. Pero para Raimundo Hollywood y su compañero Ovedito el Oscar es música para los oídos. Y para los afortunados que los acompañaron, más. No es el evento del que más se oiga hablar. La Academia sigue siendo un club elitista (además de llena de abueletes, blancos y hombres en su mayoría). Pero los que pudimos conseguir entradas disfrutamos de la excelencia que defienden estos premios sin pensar en ganadores, campañas o política. Bajo el techo del auditorio Walt Disney la Academia y la Filarmónica de Los Angeles aunaron sus esfuerzos por segundo año consecutivo para hacer sonar la música de cine.
El año pasado tocaron en directo las bandas sonoras de ‘Casablanca’, ‘Rebelde sin causa’ y ‘La ley del silencio’ mientras proyectaban las películas, parte de un acuerdo de tres años entre las dos organizaciones. Este año se han superado. La LAphil y la Academia consiguieron que cuatro de los cinco nominados de este año a mejor banda sonora dirigieran sus composiciones. No pudieron ser ni más diferentes ni mejores.
Arrancó Carter Burwell con sus ‘Tres carteles en las afueras’, seguido de un romántico Alexandre Desplat que casi voló mientras dirigía la música de ‘La forma del agua’. En ninguno de los fragmentos hubo imágenes de las películas. Solo música y la introducción de los directores de cada uno de los filmes, algunos en vídeo y otros en persona como nuestro gordito favorito Guillermo del Toro. Paul Thomas Anderson también estuvo allí para presentar la música de Jonny Greenwood en ‘El hilo invisible’. Pero solo John Williams, dispuesto a dirigir su 51 candidatura al Oscar, puso en pie a la sala con solo pisar el escenario. Lo volvió a hacer por supuesto cuando acabó que aquí seremos todos muy serios cuando vamos a la catedral de la música clásica pero el friki lo llevamos todos en el corazón sin importar si nos tomamos o no el “Oscar Mule”, el coctel de la noche.
Una veneración a este maestro de la música que rejuvenece en cuanto coge la batuta que no achantó al último de la noche (orden alfabético) Hans Zimmer que literalmente hizo vibrar la sala desde su sintetizador en el que fundió el sonido de los aviones de ‘Dunquerque‘ con los trombones –nuestro maravilloso David Rejano se dejó los pulmones- y la cuerda en un increíble fin de fiesta. Da igual quien gane. Da igual la ceremonia del teatro Dolby. No importa la alfombra roja. Raimundo Hollywood y Ovedito ya se han bañado en los Oscar.
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